La prevención es un aspecto importante, existe evidencia que indica que el riesgo de demencia puede ser modificado por medio de la reducción del uso del tabaco y mayor control y detención de la hipertensión y diabetes, así como el control adecuado de los factores de riesgo cardiovascular.
Es de suma importancia la práctica de ejercicio físico y la reducción de la obesidad, así como la estimulación cognitiva mediante la lectura, jugar ajedrez, las relaciones sociales, etc.
En la actualidad, sin un tratamiento efectivo que cure la enfermedad, las terapias establecidas persiguen tres objetivos: retrasar el progreso de la enfermedad, prevenir posibles complicaciones y tratar los problemas de salud que se puedan presentar.
Es fundamental el correcto abordaje de los problemas conductuales y neurológicos que cursan con la enfermedad.
Una vez que se ha diagnosticado una demencia hay que establecer un plan de cuidados dirigido no solo al enfermo sino también a la familia.
Para elaborar el plan de cuidados primero haremos una valoración completa que nos permitirá identificar los problemas de salud, se valorará el estado cognitivo del paciente, el deterioro de la comunicación verbal, el estado emocional, la actividad física que conserva, la nutrición y el sueño.
Se debe realizar una evaluación minuciosa y continuada de las capacidades del enfermo, no solo las que han perdido y se pretenden recuperar, sino de las que aún conserva y se intentan mantener o mejorar y actuar según las pautas de intervención adaptada a cada situación.
Uno de los objetivos prioritarios es que el paciente conserve durante el mayor tiempo posible la autonomía en las actividades de la vida diaria, que se ven afectadas por el deterioro del control motor y la pérdida de memoria que presentan.
Diversos estudios han concluido que el enfermo de Alzheimer experimenta cambios en la manera de expresarse y en la forma de comprender a los otros, cosa que dificulta el proceso normal de comunicación. Esta progresiva incapacidad coloca a las personas de su entorno en la necesidad de aprender nuevas estrategias y estilos más apropiados de comunicarse.
El enfermo necesita alguien que escuche con comprensión y que utilice un adecuado lenguaje verbal y no verbal, comprendiendo sus necesidades a medida que aumenta su demencia, el deterioro del lenguaje y el resto de las capacidades cognitivas.
Escuchar, con respeto y flexibilidad, puede hacer que una situación frustrante en la relación de ayuda se convierta en un diálogo rico que lleva a ideas y opciones nuevas.
Las personas con Alzheimer tienden a imitar las emociones de las personas que les rodean. Esta transferencia de las emociones, conocida como contagio emocional, aparece intensificada en las personas con Alzheimer y con un declive mental relacionado con la enfermedad.
En las etapas tempranas de Alzheimer y en las personas con problemas leves de pensamiento y de memoria, el contagio emocional aumenta. Esto significa que, si los cuidadores están ansiosos o enfadados, los pacientes captarán y copiarán esas emociones. Por otra parte, si el cuidador está tranquilo y alegre, los pacientes imitarán esas emociones positivas.
Otro de los objetivos primarios en la atención de estos pacientes es lo concerniente al sueño. En la enfermedad de Alzheimer, el sueño se caracteriza por un aumento de los despertares, tanto en duración como en frecuencia, y un aumento de las siestas diurnas, además de por una disminución del sueño lento profundo (fase 3-4 del sueño no-REM) y del sueño REM. El insomnio es el síntoma más frecuente y puede existir en cualquiera de las etapas de esta enfermedad. También se presenta hipersomnia, hiperactividad motora nocturna y alucinaciones sobre todo en las fases avanzadas de la demencia. En estos casos los enfermos se pueden beneficiar de técnicas conductuales como la higiene de sueño, una actividad física regular y un incremento de la exposición a la luz.
De vital importancia es el control de los síntomas conductuales y psicológicos en los pacientes con demencia. El 60% de estos pacientes tienen uno o más síntomas no cognitivos o conductuales en su evaluación inicial y su incidencia aumenta con la progresión de la enfermedad, pero la inmensa mayoría son controlables con terapias no farmacológicas y farmacológicas
En cada fase de la enfermedad conviene seguir una serie de consejos:
Fase I o leve: Identificar en que situaciones necesita ayuda, administrar adecuadamente el tratamiento farmacológico prescrito, mantener una alimentación equilibrada, mantener o regular el control de esfínteres, realizar una actividad física regular, mantener un patrón de sueño y de descanso, mejorar nuestra capacidad para expresarnos y evitar situaciones de estrés.
Fase II o moderada: prevenir lesiones, disminuir los episodios de incontinencia, preservar la actividad física y lúdica evitando riesgos, garantizar la calidad de sueño, darle confianza para expresar sus necesidades, mantener un contacto familiar y social, ayudarle en la realización de las actividades básicas de la vida diaria fomentando su autonomía, minimizar conductas inadecuadas previniendo las situaciones que las provocan.
Fase III o severa: proporcionar el cuidado necesario para preservar su salud, valorar el riesgo y prevenir ulceras de presión, conseguir una nutrición adecuada evitando el riesgo de bronco aspiración, controlar la eliminación y la higiene, facilitar tiempos de descanso evitando la fatiga, reconocer las manifestaciones de dolor o de otra causa, demostrar afecto para prevenir posibles casos de depresión y proporcionar los cuidados paliativos necesarios.
Los familiares y cuidadores deben tener apoyo y asesoramiento profesional para responder adecuadamente ante la situación y necesidades del enfermo.
J. Miguel San Martín. Psicólogo sanitario.